Las tres máscaras del Yo

 

“No hay buen viento

para quien no sabe a dónde va”.

Séneca

Muchas veces he realizado el siguiente ejercicio con numerosas personas: Realiza una Autodescripción. El resultado casi siempre es el mismo. Suelen sorprenderse, necesitan pensar un rato antes de empezar a escribir y dudan una parte del tiempo en que transcurre dicho ejercicio. Cuando finalizan, la Autodescripción no ocupa más de tres renglones y suele ser vaga, general y centrarse en aspectos poco precisos y negativos de sí mismos.

En realidad, la imagen que percibimos de nosotros mismos es muy subjetiva. Está basada en nuestras experiencias, aprendizajes, creencias, miedos, exigencias, expectativas… Es como si cada uno de nosotros nos mirásemos en un espejo y percibiéramos una imagen borrosa y distorsionada de nosotros mismos. Como si nos mirásemos en uno de esos espejos cóncavos que podemos encontrar en una feria. ¡Nada más lejos de la realidad!.

Esa imagen mental de nosotros mismos, del ser humano que somos, se conforma principalmente en nuestra infancia. En este proceso la familia en la que estamos inmersa tendrá un papel relevante. Si nos sentimos queridos, apreciados y valorados por nuestro entorno familiar, si dicho entorno es sano desarrollaremos una imagen más real y, en general, más positiva. Si por el contrario no hemos encontrado ese amor y reconocimiento en nuestra infancia, la imagen que percibiremos de nosotros mismos será más distorsionada y negativa.

Pero no sólo influye nuestra infancia, también influyen nuestra genética, nuestra personalidad y el resto de personas, experiencias y circunstancias que nos encontremos a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, más allá de todo eso, podemos ajustar y mejorar dicha imagen desde nuestra propia adultez. Podemos escoger ser el adulto que queramos ser. Podemos escoger ser nuestro mejor amigo o nuestro peor enemigo.

Pero, ¿quién soy yo?. La mejor respuesta a esa pregunta empieza por saber quién no soy.

¿Quién no soy yo?.

Yo no soy lo que pienso.

Yo no soy lo que tengo.

Yo no soy lo que crees tú.

 

 Yo no soy lo que pienso.

Nuestros pensamientos son representaciones mentales de la realidad, son interpretaciones personales de todo aquello que percibimos, tanto de nosotros mismos como de nuestro entorno.

Por todo ello, decimos que nuestros pensamientos están distorsionados. No son un fiel y exacto reflejo de la realidad.

Un ejemplo para explicarlo. Que yo piense de mí mismo que “todo me sale mal”, no significa que sea cierto, significa que lo pienso, son mis pensamientos. Probablemente si analizo con detalle mi realidad, compruebe que hay cosas que quizás me salen mal, o al menos no tan bien como a mí me gustaría, pero también habrá otras que me salgan bien. Es decir, no es real que TODO me salga mal.

Si hacemos caso de todos nuestros pensamientos como si fuesen realidad, si no los cuestionamos, nuestros propios pensamientos nos dañarán o limitarán más que la propia realidad.

Por ello, es fundamental aprender a ampliar nuestra perspectiva, a cuestionar la forma en la que miramos nuestra realidad, para verla de la forma más completa y real posible.

Imagina que miras la realidad con unas gafas de cristal negro sobre los ojos, lo verás todo negro. Si te quitas las gafas, descubrirás un mundo lleno de colores, donde también estará el negro pero no sólo el negro.

“Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado;

está fundado en nuestros pensamientos

y está hecho de nuestros pensamientos”.

Buda.

 

Yo no soy lo que tengo

Cuando no tenemos un imagen interna bien conformada y sana, tratamos de adornar, de llenar nuestra imagen externa, aquella que mostramos y perciben los demás. Por ello, nos sentimos más seguros bajo una buena prenda de vestir o dentro de un coche caro.

Lo cierto es que por más objetos materiales que podamos acumular o coleccionar, por más éxitos personales o profesionales que podamos conseguir…, no conseguiremos llenar ese vacío interior que aparece cuando nuestra imagen interna no nos gusta a nosotros mismos.

No hay suficiente dinero, objetos, títulos, amantes… que puedan hacernos sentir bien con nosotros mismos. El camino para ello es otro, es un camino interno y no externo.

“Quien cambia felicidad por dinero

no podrá cambiar dinero por felicidad”.

José Narosky.

Sólo hasta que aprendamos a mirarnos a nosotros mismo como un ser único y valioso, más allá de todo lo demás, no podremos sentirnos bien con el ser humano que somos y encontrar el camino de nuestra felicidad.

 

Yo no soy lo que tú piensas de mí.

A todos nos gusta sentirnos apreciados y valorados por los demás. Una cosa es que nos guste, que nos agrade y que incluso lo deseemos, y otra que lo necesitemos.

En esa necesidad de aprobación, de amor por parte de otro, dejamos de ser nosotros mismos para ser lo que creemos que los demás esperan de nosotros. Tratamos de demostrar a través de nuestros logros (títulos, conquistas…),  de nuestra imagen externa (hacer dietas para estar “delgados”, ir al gimnasio  para estar más “atractivos”, realizar tratamientos de belleza para estar más “guapos”…) nuestro valor.

“Si piensas que valgo, yo valgo; Si piensas que no valgo, yo no valgo”. “Si me quieres, yo soy digno de ser amado; Si no me quieres, yo no merezco que me quieran”. Es aquí donde se fundamentan las dependencias afectivas.

“Esa necesidad de olvidar su yo en la carne extraña, es lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar” (Charles Baudelaire)… y necesidad de ser amado.

Necesitamos beber agua, necesitamos alimentarnos… pero no necesitamos gustarle a todos ni que les guste todo lo que hacemos… Lo que sí necesitamos para sentirnos bien es gustarnos a nosotros mismos, valorar lo que hacemos, respetarnos más allá de nuestros errores, darnos la oportunidad de mejorar, ser nuestro mejor apoyo, ser nuestro mejor amigo, en definitiva, querernos a nosotros mismos tal y como somos, más allá de la imagen que tengan los demás de nosotros, de que les gustemos o no, de que nos quieran o no.

 “Amarse a sí mismo

es el comienzo de una aventura

que dura toda la vida”.

Oscar Wilde.

 Tras esta reflexión;

¿Quién soy yo?.

Todo somos un ser único, válido, digno de ser amado y de ser respetado, con capacidad para amar, respetar, valorar, mejorar, errar, perdonar, rectificar, aprender… más allá de nuestra genética, del pasado, de nuestras experiencias, de las personas que nos amaron o no, de aquello que hemos conseguido y de aquello que no, de nuestras inseguridades y miedos, de nuestras virtudes y  defectos.

Parte de nuestra felicidad radica en nuestra capacidad para querernos tal como somos, para aceptar la realidad tal como es y, a partir de ahí buscar los mejores caminos para uno mismo.

Mis caminos son míos, me valen a mí, no tienen por qué servirles a otros.

Nada tiene que ser perfecto, no tenemos que ser perfectos, todo está bien tal y como es y nada tiene por qué ser diferente. Cada uno de nosotros somos dueños de nuestra vida y podemos escoger que planta regamos hoy, la planta de la felicidad o la planta de la infelicidad.

 

Un saludo y buen camino.

Almudena Lobato.

 

Comparto de nuevo este post que escribí el 4 de noviembre de 2012. Publicación original pinchando en Las tres máscaras del Yo.

 

Fotografía: Pixabay.com

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